Política de cookies

Este sitio emplea cookies para prestar sus servicios, para personalizar anuncios y para analizar el tráfico. Google recibe información sobre tu uso de este sitio web. Si utilizas este sitio web, se sobreentiende que autorizas el uso de cookies.

Entendido y estoy de
acuerdo.


miércoles, 20 de enero de 2010

CUANDO RECONFORTA MALDECIR.












La mar había quedado calmada el fin de semana. No lo dudó, se calzó sus aletas y se metió a bucear. Ya se sentía bien de su constipado de nochevieja. No en vano había pasado quince días enfermo, con un dolor de garganta seco que hacía su voz irreconocible. Por fin, creía que todo había pasado.
El agua estaba turbia. No se veía nada. Se alejó de la costa nadando un kilómetro. El fondo estaba a siete u ocho metros. Bajó varias veces al fondo marino. Pero la mala visibilidad le impedía ver el fondo cuando estaba tocándolo con sus manos. La visibilidad era nula. Había mar de fondo. El agua estaba a 13 grados centígrados. Estuvo una hora y media bajando, intentando ver algún pez que se dejase capturar con su arpón. Pero no vio nada.
Decidió por fin salir del agua aburrido. No era el día adecuado. La mar era engañosa. Pero se dio cuenta, que el constipado no le había dejado secuelas. Podía bajar sin problemas de compensación, ni de senos ni de tímpanos. Por lo menos había comprobado que estaba curado. Eso pensaba él. Pero la mala racha le iba a enseñar algo distinto.
Cuando llegó a su casa, se duchó, comió, se acostó a descansar una hora. Y se marchó a la ciudad en busca de su amiga.
Aquella noche ya empezó a encontrarse mal. La garganta se le había quedado seca. Le dolía. Pero al día siguiente, los síntomas del constipado de garganta y moco, se hacía ver de forma alarmante. Si el domingo fue malo durante el día. La noche fue un infierno. La tos seca, perruna y convulsiva, no le dejó descansar. Al día siguiente fue al médico. Compró las medicinas que le había recetado. Ibuprofeno, y otros. Se tomó el primero, pero no los otros. Leyendo las indicaciones, se dió cuenta que los efectos perniciosos eran mayores que los beneficiosos. Con el Ibuprofeno sobraba.
Pasaron dos días, tres días de perros. La tos seca no remitía. La garganta le dolía. Sus cuerdas vocales estaban resentidas. Su voz no era su voz. Apenas podía hablar. La garganta la tenía irritada. Ya habían pasado veinte días desde el día de noche vieja. Y el constipado no se había largado. Se había hecho mas intenso, cuando él creía que ya estaba curado.
La maldita nochevieja, dio paso a un nuevo año, en el que su constipado campaba a sus anchas. Maldito constipado. Maldito seas mientras no te marches. Maldijo cien mil veces. Su voz sonaba ronca. Esperaba otra noche de perros, tosiendo sin parar. Sin descansar. Maldijo su constipado cien mil y una veces. Pero seguiría maldiciendo aquella facilidad para no erradicar la enfermedad. Una tras otra estaban ocasionando estragos en su organismo. Los medicamentos no combatían realmente las enfermedades, sino que estaban mermando sus defensas. Abriendo la puerta a nuevos virus, nuevas bacterias.
Ya esta bien, pensó. Solo quería estar sano y llevar una vida sana. Pero el nuevo año no le estaba ayudando en ello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario