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lunes, 2 de noviembre de 2009

LA COMPAÑERA. ALGO MENOS PARA ENTERRAR. SE MARCHARON LAS DOS AL MISMO LUGAR.




La terrible noche de Halloween, no fue tan terrible. La droga adolonta, le dejó dormir la primera noche, aunque la siguiente solo lo hizo hasta las cinco de la madrugada. El dolor insoportable comenzó. Se levantó, pero no tomó analgésico alguno. Pues a las 10 de la mañana tenía cita en urgencias de la clínica odontológica y no quería mitigar para nada aquel dolor, para que el doctor pudiese averiguar la causa del mismo. Pero el dolor era traicionero, pues de la misma forma que le hizo madrugar intempestivamente y a deshora, luego, mas tarde, sin analgésicos, fue un dolor mitigado. Tal vez mitigado por el propio dolor. Tal vez el propio dolor tenga efectos anestésicos. Sea como fuere, en la clínica odontológica no solucionaron su problema. Le explicó el doctor que la muela habría que endodonciarla, es decir, matarle el nervio y después empastarla. Pero él pensó que todo ese embrollo para una maldita muela que había estado a punto de arruinarle tres meses con un dolor insoportable, no se merecía ni un euro mas. La otra alternativa era su extracción. Y por esa se decantó. Pensó que el doctor se la extraería allí mismo ipso facto. Y que de esta forma allí quedarían finiquitados sus terribles males dolorosos. Pero no. El doctor le dijo que ese día no podía ser. Que tendría que pedir nueva cita y volver con una ortopantomografía o algo por el estilo. Se fue de allí compungido al darle cita para dentro de siete días para realizarle la extracción. No, aquello no podía continuar ni un día mas. Esa muela tendría que ser extraída aquel mismo día. Se hizo la ortopantomografía o como se llamase aquella imagen, de todos sus dientes a la vez estampados en un solo plano. Y se marchó en busca de su dentista, el que le había hecho aquel empaste tan endiablado, o aquel empaste inocente en aquella muela tan endiablada. Pero su dentista no tenía la consulta abierta. Esperó. Hasta que por fin, la chica de la consulta descolgó el teléfono y le dijo que si, que fuese aquella misma tarde. Así lo hizo. Le llevo la estampación de todos sus dientes en una sola radiografía a su dentista. Este, en principio examinó aquella semi calavera y pensó tal vez que, una extracción es mas complicada, mas trabajosa, y da menos beneficios que una endodoncia y luego un nuevo empaste. Por lo que le dijo que a él no le gustaba extraer una muela sana. El doctor golpeó la terrible muela maldita con un objeto de metal. Pero la muy asesina de la muela no se daba por aludida. Ahora no le dolía. Pero en llegando la noche, sería otra noche mas de terribles sufrimientos, después de veintitantas con dolor. Notó que el médico ya estaba pensando en la posibilidad de extraerla. Miró la muela del juicio que se encontraba impedida de poder salir, ya que la maldita otra muela causante de tantos dolores la estaba taponando. Sin pensarlo dos veces, el médico se remangó, le echó valor y dijo: "vamos a por ella ahora mismo" "te la voy a extraer". Al principio sintió alegría de ver a una enemiga separada de él y arrojada a la basura de donde ya no saldría. Aquella maldita muela, igual que su otra compañera de la mandíbula superior, que ya fue extraída se merecía el mismo final. Sin clemencia para con la muela, sintió que se iba a desprender de algo muy suyo. De algo que le había acompañado durante al menos cuarenta años desde que a los trece o catorce, emergiera de las encías. Pero ella ya no le acompañaría hasta la tumba, ella se quedaría allí, mientras él seguiría caminando sin ella. Caminando lentamente pero inexorablemente hacia su destino final, que no podría ser otro que acabar con su calavera algún día en uno de esos cementerios anónimos y olvidados por los vivos. Pero, aquella maldita muela, se reuniría con su maldita compañera, en aquel cubo de la basura de aquella clínica de estomatología. Su viaje había terminado. Ella no vería jamás un cementerio. Sus compañeras y el resto de sus huesos, salvo otras circunstancias sobrevenidas si que lo harían. Irían a parar todas juntas al cementerio. Y tal vez, por lo bien agarradas que estaban a las mandíbulas, pasado cien años, si se conservaba su esqueleto, ellas seguirían allí prendidas de su propia calavera. Eran patéticos sus pensamientos, pero era una etapa mas de su vida. Llegaría un día, tal vez, que las llamadas muelas del juicio, libres de obstáculos emergerían de sus encías. Pero aquellas compañeras de viaje, por haberle hecho sufrir tanto martirio, ya no estarían. Algo menos para enterrar, pensó. Las dos se marcharon al mismo lugar. Nunca mas se supo de ellas.
Pero la maldita muela, no se dejó de primer grado. La fuerza aplicada a su mandíbula inferior, hacía peligrar la unión de las dos quijadas. El dolor de la articulación de las mandíbulas crecía. Se llevó la mano para sujetárselas. Pues no quería acabar con las mandíbulas desencajadas o luxadas. Entonces, el médico estomatólogo se dio cuenta que aquella maldita muela no saldría sino era sacándola a trozos. Pues antes de que la muela se dejase extraer, le sacaría la mandíbula a aquel desgraciado cliente que había venido a hacerle trabajar aquella tarde con uno de las faenas mas desagradables de todo dentista. Al final tuvo que sacarla a trozos. Pero allí quedó destrozada, después de casi dos horas. En el cubo de la basura, aquella maldita muela no haría mas daño a nadie.

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