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sábado, 31 de octubre de 2009

LA TERRIBLE NOCHE DE HALLOWEEN




Había pasado ya casi una hora desde que se había tomado el medicamento que le había recetado el médico, adolonta y enantyum. Pero un terrible dolor lacerante, como una quemazón, pinzante en el ganglio submaxilar derecho, le hacía presagiar una noche de perros, muy de perros, una noche terrorífica de dolor. No obstante, las quince o veinte noches anteriores también fueron infernales, pero el dolor era distinto, era un dolor molar, no un dolor de ganglios linfáticos como el que tenía ahora. Probablemente, la gangrena de los nervios de sus muelas mal empastadas, era la causa de ese terrible dolor, y tal vez de la infección que posiblemente tuviese también. A pesar de haberse tomado durante dos semanas antibióticos a gogó.
Pensó en su padre que murió de una infección por anaerobios, producida por un empaste molar mal hecho. Su padre, también vivía solo como él. Debió pasarlo terriblemente, con dolores tan espantosos, solo y sin tener alguien que le llevase al hospital. Pero su padre tuvo un amigo que, casualmente, vino a visitarle y le llevó a urgencias un día. De allí ya no salió vivo. En seis días había muerto. Los microbios anaerobios habían acabado con su precaria salud.
Es curioso, como una maldita muela. Algo tan pequeño y tan arraigado al hueso maxilar, pueda truncar una vida, sin dar tiempo a reponerse de la infección.
La noche de Hallowen iba a comenzar. Sería para él una noche terrible, o tal vez tuviese suerte y los medicamentos le hiciesen no sentir el dolor que hasta ahora le estaba quemando bajo la mandíbula inferior toda la garganta.
El año pasado, el día de todos los santos estuvo buceando y capturó un buen ejemplar de dentón. Este año, no solo llevaba más de tres semanas sin poder bucear por el maldito dolor de muelas. Sino que, además, llevaba casi veinte días sin poder dormir por las noches. Todas las noches anteriores fueron para él, noches de perros. Se levantaba para enjuagarse la boca con toda clase de pócimas: agua con sal, wisky, coca cola. Se colocaba un clavo. Se tomaba los antiinflamatorios y analgésicos. Pero las noches eran interminables de dolor insaciable. Al llegar la mañana, exhausto por el cansancio de lucha contra el dolor, se encontraba hecho un perro. La tensión le había subido. El colesterol también. A perro flaco todo eran pulgas.
Maldita muela. Se estaba vengando la muy cabrona. La noche de Hallowen amenazaba con ser una de las peores noches. Pues si durante todo el día, el dolor había hecho acto de aparición la mayor parte del tiempo. Y en los días anteriores, en las noches el dolor era mas fuerte, insoportablemente fuerte, que durante los días. Por una elemental regla de tres, él adivinaba que esta noche sería una noche de muertos vivientes. Sería la peor noche de Hallowen.
Ojalá que mañana fuese otro día en la que el dolor se hubiese marchado definitivamente, pensó a modo de consuelo. La esperanza nunca se pierde.

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